lunes, 27 de junio de 2011

La niña que no fui


Abuela, supe que dentro de pocos años, será posible mejorar los genes de la vista o de la memoria, y así las personas podrán tener hijos más inteligentes o con una súper visión.  Hay quienes se oponen a esto porque creen que el mundo se dividirá en los que tienen los recursos para hacerlo y los que no; hay otros que opinan que el mundo ya está dividido de cualquier manera.
Yo creo lo último: me imagino cómo serán los hombres y mujeres que podrán vivir por primera vez fuera de este planeta.  Trato de explicarme cómo es posible que existan familias que son capaces de sentir felicidad solamente cuando hay partidos de fútbol, y luego deseo intensamente ser una muchacha que va todos los domingos a dar de vueltas en el parque central.
Hay quienes han dirigido su vida al desarrollo de sus capacidades intelectuales, que cuando son niños no se divierten con juegos que no vayan más allá de sonreír solamente.
Hay otras personas que para ir al trabajo, todas las mañanas toman un camión que aparenta no poder llegar más allá de una cuadra por lo viejo que está; personas que forman todo un ejército de empleados que intentan trabajar menos tiempo o repartir sus responsabilidades a otros, y mentir a quien los dirige para salir del enredo en el que se encuentran.
Otros más que cada mañana toman una escafandra y se sumergen en el inmenso río de las experiencias del oficio que ejercen, en sus tradiciones y su religión; y son capaces de vivir intensamente, con coche o sin él, con vino o sin vino, con ropa de moda o sin seguir los colores de temporada.
Cuando alguien dice que "El sur del país no progresa porque los que allá viven son unos flojos", trato de imaginar cómo percibiría las cosas si yo hubiera nacido en esta ciudad; intento ver todo con los ojos inundados de ese progreso. Sinceramente, abuela, las descripciones son muy fáciles de dar y explicar, pero a todas ellas les faltará, siempre, toda la vida, la neblina sobre los tejados, los círculos que se dibujan en el río cuando tiras una piedrita de lados planos, el tronar de la caña en época de zafra.
Ahora mismo, abuela, me encantaría estar en la feria de San Caralampio.  Tú sentada en una banca del parque, esperándome a que vuelva con la cajita de madera repleta de cajeta. Desearía ser una de esas jóvenes que van al parque central a dar de vueltas y darse de codazos con sus amigas, mientras que, entre risotadas, ven al muchacho que quieren. Sumerjámonos juntas en ese río transparente, mientras los cohetes salen de este planeta y mientras los ejércitos de este mundo buscan ganar sus batallas.

 

viernes, 10 de junio de 2011

Sin Título


Este, el de ahora, no es mi oriente, ¿qué me hace pensar que el de Comitán sí es mío? Sucede, abuela, que cuando estoy en cualquier lugar y pienso en el oriente (en mi oriente), siento su presencia y puedo recordarlo con los colores de la mañana y sus garzas volando por las tardes a descansar.
Hace días compré una brújula y, aunque su aguja se tarda unos segundos en girar, al final logro voltear la cabeza al norte y puedo ubicar alguna dirección en un mapa para llegar al lugar que busco.  Pero así, tan agudo como la punta magnetizada, el norte me toca la espalda con su punta helada.  El oriente, el de acá, lo conozco por las mañanas, pero su color no basta para desvanecer el aliento de colonias industriales y el ambiente árido que habita en aquel rumbo que tomo de referencia.
No es que odie esta ciudad.  Hay muchas personas que intentan resumir lo que soy, afirmando que eso es lo que siento.  Pero en mis oídos, eso suena como una oración tan sencilla, tan fácil de pronunciar por quienes no pueden admirarse de las cosas fascinantes y trágicas que hay y existen en este lugar.
No es que desprecie esta urbe, es solo que este suelo es tan grande que no puedo aspirarlo con un suspiro profundo.  Esta tierra es tan diversa que no puedo tomarla al aire con la mano.  Si pudiera inspirar este cielo, si pudiera sentir su textura en la palma de la mano, si mi cuerpo completo pudiera vibrar su extensión, podría decir que este de acá, ya es mi oriente.
Abuela, muchas personas que han nacido en esta tierra me dirían: "¿Y entonces qué haces acá?" He aprendido a no responder a la agresividad, así como tampoco a las mentiras.  ¿Qué hago acá?  A ti te digo que lo que hago y deseo hacer acá me invade de la misma manera que todo esto que ahora me rodea.