lunes, 17 de enero de 2011

En su amor yo duermo

Foto: Briseida Guillén


Abuela, escribo porque quiero que sepas que estoy enamorada.  Me imagino que esta noticia te pondrá muy contenta y ya presiento como tomas aire, me ves y sonríes.
Mi historia es seguramente de las más comunes, de aquellas donde no hay príncipes, ni caballos ni castillos, y no, no te preocupes, tampoco hay brujas.  Lo que sí hay es un mar inmenso y un bosque lleno de ceibas.
¿Recuerdas el mar en Campeche a la hora en que la luz del sol era tan tersa que el mar y el cielo eran de la misma tela de ese azul, tan suave y tan profundo a la vez? ¿Te acuerdas de las barcas de pesca que parecían que flotaban sobre esa neblina?  Así me siento, abuela: flotando en esa imagen, y soy tan feliz cuando echo al agua mi red que se dora con el sol, cuando intento tocar los miles de peces que viven en su pecho, cuando me siento en la arena a escuchar su voz que llega, poco a poco, abrazada de las olas hasta la orilla.
Él cree que soy como una pantera negra de suave pelaje y ojos ardientes, pero no le digas, yo me imagino como una mariposa.  No la de los cuentos, no, sino una que después de libar miel en las flores de tu jardín, regresa por las tardes a sus hojas de ceiba, las estampa de huevecillos que luego abandona para entregarse a la vida, al aire, a la lluvia y al frío.
Él me cree una pantera negra.  Y si hago un intento por creer que eso puedo parecer, alcanzo a imaginar que puedo ver aquellos mis intensos ojos amarillos reflejándose en el agua que bebo, en el líquido que un momento antes ha rozado sus raíces de ceiba y que ha dejado ya en su tronco, una línea húmeda y verde.
En medio de todas las tempestades del mundo, deseo entrar por sus ojos cristalinos.  Sé que sus largas pestañas me harán cosquillas y que llegaré sonriendo a la profundidad de su pecho a jugar con la multitud de peces que habitan en él.
A pesar de todas las tempestades de este mundo, me siento de una sola pieza, me siento completa.  Algún día, estando junto al mar, nadaré hasta los lugares más recónditos y buscaré las raíces más profundas de todas las ceibas.  Deseo que ese día estés conmigo como ahora y sonriamos juntas.  Mientras eso pasa, le diremos a todo el mundo que soy feliz.

viernes, 7 de enero de 2011

Que me guíe el viento de tus pensamientos

Foto: Briseida Guillén


Abuela quisiera pedirte algo: ¿podríamos cantar esa canción que dice: "vamos niños al sagrario que Jesús llorando está, pero al ver a tantos niños muy contento se pondrá..."? Cuando era niña yo no entendía por qué lloraba Jesús pero estaba muy segura de que él se reconfortaría al ver que ibas tan feliz cantando, con mi hermana y mis primas, muy alegres todas, caminando detrás de ti.

Eso es lo que deseo ahora, creer que mi alegría puede contagiarse y diluir, al menos, mi desconsuelo. Eso he deseado estos días que tengo la sensación de ya no ser ni de barro, ni de cielo; ni de río ni de caña; ni de dulce ni de viento; ni mujer ni agua.
Seguramente aquella canción te ilusionaba al saber que la sonrisa de Jesús tenía el poder de resucitar, no el cuerpo sino el corazón. Mi anhelo es parecido al tuyo, pero con una diferencia: en aquellos tiempos tú parecías completa y aquella esperanza fortalecía tu felicidad; pero yo, ahora, puedo ver perfectamente una espada clavada en mi pecho y deseo arrancarla con aquellas estrofas.

Hace algún tiempo, en un museo, vi un corazón seccionado que tenía varias manchas negras y en una etiqueta se explicaba que esas sombras eran secuelas de varios infartos. Yo no sé de medicina ni del cuerpo humano y tal vez por eso me parece fácil imaginar que a veces le sucede lo mismo a mi corazón desde que, por quién sabe qué motivo, abordé una barca que no pensé que existía para mí.

Mientras navego, llega hasta mi cuerpo ese aire obscuro que lastima hasta las mejillas, de la misma manera que las hojas de la caña; pero abuela ¡envíame un suspiro, por favor! Utiliza al viento de mensajero, que ya verás que podré tocar la orilla tranquila de mi río inmenso.