lunes, 11 de mayo de 2015

Fuiste siete veces madre.



Dices, abuela, que las mujeres somos como la tierra: fértil, amplia y profunda, germina la vida o guarda también la muerte. Protege, alimenta y permite brotar hacia el cielo; cubre, desintegra y reserva la memoria de los que quedan vivos.

Esto de ser madre existe calladamente en el corazón, habita en silencio, como el sosiego de la tierra reposada; habita en cada cosa hecha día con día, como el alimento ofrecido a una semilla germinando. Esta fuerza no se anuncia ni se autoproclama, no por sumisión ni humildad, sino porque el corazón de madre solamente necesita existir en cada acción hecha día a día.

Creo, abuela, que los corazones de las madres se averguenzan cuando permiten el halago jactancioso y la etiqueta de "mejor madre del mundo" ¿Cuántas quisieramos decir lo imperfectas que somos? ¿Cuántas quisieramos limpiar la castidad y la integridad de nuestros actos? Siendo la la vida tan abundante, tan exuberante y llena de posibilidades ¿en dónde cabe la pureza?

Puedo agradecerte muchas cosas como tus manos duras trenzando mi cabello o llevarme a la iglesia aúnque no me gustaba rezar ni escuchar misa; los vestidos con olanes que me regalabas y los ejemplos de niña recatada que debía yo comprender y por supuesto seguir.

No puedo más que respetarte por tu abrazo grande como un campo de maíz, por el sustento de vida que a ti te satisfizo mientras lo ofrecías y que a mí me hizo brotar de entre tus poros hacia las nubes.