miércoles, 10 de agosto de 2011

Supe donde anidan las garzas


    
Abuela, ¿recuerdas cuando en las tardes veíamos pasar a cinco garzas rumbo a la Ciénaga?  Nos encantaba su vuelo lento, su cuello encogido, sus patas largas y sus grandes alas blancas, algo amarillas en un extremo.  Siempre creí que anidaban entre el carrizal, a ras de suelo, pero hoy vi varios de sus nidos en un árbol y me di cuenta de todo lo que no logré entender bajo esos atardeceres.
Aquellas veces me preguntaba por qué las cinco garzas volaban formando una "v".  Me imaginaba cómo sería surcar el viento mientras los ojos se llenan de ese color naranja del cielo.  Pero nunca me pregunté cómo ellas nacían.
Una de las que hoy vi, acomodaba sus huevos bajo sus patas cada que el macho que estaba detrás de ella lanzaba un graznido cuando volteaba a verme.  No me acerqué más, y no fue necesario para notar que sobre el río que acunaba los nidos, se repetía el sublime prodigio de la vida.  Entre las patas de esa hembra se resumían miles de años.  Detenido por un cascarón tibio estaba el tiempo, esperando soltar las alas y dirigirse otra vez, al lugar sin límite llamado evolución, con sus ojos amarillos observaba el cordón que nos une a todos los seres vivos.
Detenida también yo en el tiempo, recordé este verso:

Madre amorosa que mece la cuna
¡Madre que sonríe, que sueña y que canta!
mientras los pañales pequeñitos lava,
cuando el niño cierra los ojos que ignoran
las cosas terribles que la vida guarda.

Abuela,  rastreando de madre en madre sería posible saber quién fue tu bisabuela, si es que no la hubieras conocido.  Con verte a los ojos, conozco yo el brillo con el que mis hijos verán a esas garzas que siguen regresando a la Ciénaga todas las tardes, aunque no sean ya las mismas.