viernes, 29 de abril de 2011

El medio día llegará, pasará alto, muy alto sobre nosotros



Abuela, hace unos días llevé a mis canarios a la nueva casa en la que aceptaron cuidarlos.  Si los recuerdas, uno parecía una abeja hecha pájaro: era barrigón, pero ágil; el otro, rojo como el amanecer que nace en aquellas nuestras montañas.
Los motivos para alejarlos de mí son de esos totalmente razonables, de esos que suenan completamente lógicos y, sobre todo, necesarios; de esos contra los que no puedes luchar ni contradecir nada ni a nadie.
Ya sé, abuela, que me vas a dar varios ejemplos de "verdaderas" tragedias en la vida de otras personas; sé que puedo avergonzarme por ser tan inexperta y de sentir que me he quedado sin nada; pero, abuela preciosa, a ti sí te puedo pedir que al menos pueda quedarme, un rato nada más, con todo este sentimiento.
Amanecer envuelta en su canto, ver sus pequeños cuerpos y su mágico respirar, fueron cosas que disfrutaba y estaba convencida de que así sería por mucho tiempo, solamente por "mucho tiempo", pues siempre supe que algún día eso cambiaría cuando murieran.  Pero hay razones igual de funestas que la muerte y que pueden separar lo que parecía unido.
Me han comunicado que, con el paso de los días, los dos canarios han comenzado a cantar; eso es signo de que están felices y tal vez, de que era lo que necesitaban.  Ante la evidencia tan clara de que el "siempre" solamente residía en mi mente, me gustaría olvidar hasta la última vez en que tuve todos esos pensamientos.
Abuela, dime por favor qué debo hacer para escuchar solamente lo correcto; dime cómo apago el fuego que me hace pensar que estar juntos era lo que siempre quise; cómo calmo las llamaradas que me arden al querer estar unidos "por siempre", siendo cada uno lo que es y disfrutando el complemento y la fusión.
Mis canarios se han ido y, al mismo tiempo, he sido invitada a volar.  El único lugar en el que deseo estar, es contigo para abrazarte.



No hay comentarios: