viernes, 10 de junio de 2011

Sin Título


Este, el de ahora, no es mi oriente, ¿qué me hace pensar que el de Comitán sí es mío? Sucede, abuela, que cuando estoy en cualquier lugar y pienso en el oriente (en mi oriente), siento su presencia y puedo recordarlo con los colores de la mañana y sus garzas volando por las tardes a descansar.
Hace días compré una brújula y, aunque su aguja se tarda unos segundos en girar, al final logro voltear la cabeza al norte y puedo ubicar alguna dirección en un mapa para llegar al lugar que busco.  Pero así, tan agudo como la punta magnetizada, el norte me toca la espalda con su punta helada.  El oriente, el de acá, lo conozco por las mañanas, pero su color no basta para desvanecer el aliento de colonias industriales y el ambiente árido que habita en aquel rumbo que tomo de referencia.
No es que odie esta ciudad.  Hay muchas personas que intentan resumir lo que soy, afirmando que eso es lo que siento.  Pero en mis oídos, eso suena como una oración tan sencilla, tan fácil de pronunciar por quienes no pueden admirarse de las cosas fascinantes y trágicas que hay y existen en este lugar.
No es que desprecie esta urbe, es solo que este suelo es tan grande que no puedo aspirarlo con un suspiro profundo.  Esta tierra es tan diversa que no puedo tomarla al aire con la mano.  Si pudiera inspirar este cielo, si pudiera sentir su textura en la palma de la mano, si mi cuerpo completo pudiera vibrar su extensión, podría decir que este de acá, ya es mi oriente.
Abuela, muchas personas que han nacido en esta tierra me dirían: "¿Y entonces qué haces acá?" He aprendido a no responder a la agresividad, así como tampoco a las mentiras.  ¿Qué hago acá?  A ti te digo que lo que hago y deseo hacer acá me invade de la misma manera que todo esto que ahora me rodea.
 

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